¿Qué quieres que me invente?, si yo sólo se reinventar utopías
de manos insaciables, de corazones calientes y de calles solitarias. Paseos
descuidados que terminan sin darse cuenta en cualquier bar, pidiendo un par de
cafés con mucho azúcar y poco tiempo.
Voy haciendo autostop en carreteras
secundarias, mientras tú te fumas el otoño.
Quizá mis días se los regalé al
mismísimo diablo.
Le conocí en el cielo y sin quererlo acabamos entre llamas.
Apurando las últimas copas de aquella barra. Las mismas que un día si o otro
también nos hacían olvidar. Hasta que volvía a apoderarse de mis días sin
insomnio, y me hacía ver las cosas buenas que nos daba el compartir sábanas.
Mientras él se encendía un cigarro, yo me quemaba en él.
Hubiese jurado una y mil veces que los
diablos no fumaban, de la misma manera que hubiese puesto la mano en el fuego
por mi.
Es ahí donde aprendí que en el infierno
se suele jurar un par de veces al día amor eterno. Promesas que se queman,
resbalándose en labios infinitos y jugando siempre a perder sin saberlo.
Por enésima vez intenté ponerle mi nombre a un día, y porqué no, a un año entero. Ser dueña de mis preguntas y tener la
solución para combatir mal de amores y migrañas.
Tomar café y ver mi futuro reflejado en
una taza. Saber de brujería sin tener escoba, y querer mudarme conmigo y sin
maletas. Dejar los prejuicios en tierra, las miradas diablesas entre llamas y
mis malos días en la almohada.
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