Siempre lo hacía, de hecho, no recuerdo un sólo día que no lo
haga. No recuerdo ni un sólo día que no me quede mirándome al espejo, perdiendo
minutos. Perdiéndome a mi, y a ti, ya puestos..
Me detesto por sentir tus manos, y otras formas extravagantes de sentirme a salvo.
Por querer hablar cuando callo, y por hablar más de la cuenta de vez en cuando.
Por robarle tiempo al tiempo y sin querer, quedarme sin segundos. Debo minutos al tiempo y, sobre todo, a mi misma. Me debo tanto tiempo que podría dejar de madrugar para el resto de mi vida, y eso es algo demasiado bueno como para ser cierto.
Te debo tanto a ti, que ni ahorrando siete vidas podría devolverte todo. Nos debo tanto que ni siquiera sé como hacerlo.
Perdóname, sabes que siempre fui demasiado optimista, puestos a ser irónicos.
Déjame demostrarte que, de vez en cuando, puedo ser algo más que viento en la calle.
Que se pisar fuerte, bailar cuando no llueve y querer quererte. Que solo de vez en cuando sé tomar café sin preocupaciones, y que puede que solo llore cuando todo vaya bien. De felicidad. De cosas que todavía no entiendo, y que me encantaría poder hacerlo. De rasguños que se puedan olvidar y de corazones latentes.
De todo eso que un día fui y que, ojalá vuelva a ser.
Yo, sin ser, soy todo eso que ya viste. Pero todavía no es todo.