domingo, 16 de septiembre de 2012

Tiempo

Saber que, los imposibles, a veces, cuestan menos si no madrugas. Que todo se ve de otra manera despertándose tarde. Porque el sol, a primera hora de la mañana, es más puñetero. Menos simpático.

Porque si hablo del tiempo, siempre se me hace tarde. Desde el autobús, parece que la vida va demasiado deprisa con sus semáforos, su tráfico y la gente yendo y viniendo todo el rato. En cambio, entre las cuatro paredes de mi habitación, todo va demasiado despacio. Aquí nada es tan dinámico, ni tan interesante. Aquí solo hay caos, desorden, un par de fotos con bocas sonrientes y horas de sueño, insomnio de zetas y discusiones con la Luna; ésa misma que a media noche, mata con más soltura.
Porque, si vuelvo a hablar del tiempo, el reloj se me estropea, y otra vez vuelvo a perder las riendas, las manecillas y las horas. Otra vez vuelvo a perderme. Y sin quererlo vuelvo a no conocerme. Sigo sin saber quién soy. Sólo se que escribo para escapar, para dejar entre éstas líneas mis más sentidos días rutinarios, los mismos de siempre. Y que si me dejas, puedo ser un poco más desastre de lo que ya soy. Pero no más persona.
Siempre fui despreocupada con lo importante y precavida con lo más tonto que tiene el tiempo. Que los suspiros se me escaparon antes de ayer por la boca, y esta vez creo que no van a volver.
Y que si, por algún casual, volvemos a hablar del tiempo, yo, desaparezco. Porque sigo sin asumir que el tiempo pasa, y que a veces lo hace el balde.




No hay comentarios:

Publicar un comentario