El sabor de tu cigarro me sabía
demasiado a humo, pero tus pestañas XXL me conquistaban después de cada
sensación rota.
Posiblemente aguardaras más noches frías
que la luna. Y guardases mil excusas para luego apaciguarme , o tal vez para
mantener a salvo a tu conciencia; ésa que a veces nos delataba, que te fallaba
y me decepcionaba. Ésa que sigue sin dejarte dormir por las noches.
Yo esperaba mucho más que un final
desgarrador, y tú me esperabas al final de la calle. Al final de nosotros, para
volver a empezar juntos. Y sólo se que yo no estuve. Sólo a ratos, como tu amor
caducado.
Ese amor que traía la sensación de derrota rutinaria, el que consumía más
que tu tabaco, y el que me apagaba más que el invierno. Por eso, ya no somos
nosotros, sino extraños.
Habría sido fácil pedir al destino un
poco de comprensión, que hiciese su labor y que nos diese otra inoportuna oportunidad, sin
rencores ni relojes rotos. Hubiese sido fácil. Pero el no acordarme del color de tus pupilas ni el olor de tu colonia, lo hace todo más complicado.
Sólo recuerdo tu mirada desde un autobús, que hacía corta nuestra
distancia pero lejana la apariencia. Lejanos nosotros, que un día fuimos
aire, mar y tierra.
Perdóname, eso de compartir sábanas y después nada,
no lo llevo muy bien.
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