Tú siempre hablabas de cosas raras que yo nunca entendía. De gente famosa que hacía cosas raras con los pies, y de gente que cantaba y decía palabrotas al mismo tiempo. Incluso escuché muchas de sus canciones gracias a ti. Soñabas con ser algo aquí abajo, y siempre parecía que me hablabas desde lo más alto. Yo, sin embargo, parecía mucho más chiquitita, aunque con mucho genio. Insegura y cabezota. Y mis expectativas nunca fueron tan altas como las tuyas. Hablabas de viajes, de lugares y paisajes. Del tiempo y de infinidad de planes para compartir. Yo sólo me limitaba a mirarte mientras las agujas del reloj corrían.
No se como pero, llegamos a complementarnos de tal manera que, no se sabía donde empezabas tú y donde terminaba yo. Llegamos a compartir el mismo asiento en el cine, las mismas palomitas y hasta la misma pajita. Hasta nuestras piernas se coordinaban al andar.
Éramos la misma persona con dos cuerpos distintos. Un todo que compartía un asiento en el cine y misma vida. Y por eso nos quería.
Ahora mírame, soy un alma libre que lo único que busca es no compartir mismo asiento, ni siquiera mismas palomitas.
Porque querer me da flato, por eso paro.
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