El sonido de alarma pone en guarda cada mañana al Sol, perezoso. Las sábanas intentan absorberme de la temprana noche, y más de una vez lo han conseguido. A primera hora de la mañana tras abrir los ojos, nunca soy persona. Pero a veces a tercera, cuarta o quinta hora de la mañana, tampoco lo soy.
Últimamente lo mejor de mi se queda entre ese revoltijo de sábanas, todo lo demás se viene conmigo, haciendo que lo malo esté latente. Destruyéndonos. Yo con mi mal humor y tú con tus incoherencias abrumadoras, que en estos tiempos que corren, lo único que consiguen es crisparme un poco más.
No entiendo las palabras. Ni los actos. Ni los hechos. Ni siquiera me entiendo a mi. El lugar desencajado en este puzzle de mil piezas creo que lo tengo yo. Me da igual que no encajemos. Ya no necesito un corazón acompasado con el mío. Ni susurros que conducen a una debilidad momentánea que en cualquier momento se convertirá en destrucción.
Veo de lejos la traición. El desgarro emocional y las debilidades que todo eso conlleva. O puede que a veces solo oiga voces, y ni siquiera sepa de donde vienen. Me confunde el miedo de pensar en algo que no sea en el Sol.
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